viernes, 18 de septiembre de 2009

La Fe del Guerrero II. Aurobindo



Bueno pues, ahi os va la segunda parte. Si ya se, es un poco largo de mas, pero no por ello, deja de ser interesante y hasta entretenido, al menos para mi, que lo he leido con fruición.
Disfrutarlo si podeis...

LA FE DEL GUERRERO ARIO II.

¿Cuál es este hecho real, esta meta más elevada? El hecho de que la vida humana y la muerte se repitan a través de los eones de los grandes ciclos del mundo, no es más que un largo proceso por el que el ser humano se prepara y se hace apto para la inmortalidad. ¿Y cómo debe prepararse? ¿Qué hombre está capacitado para ello? Es aquél que deja de observarse como una vida y un cuerpo, aquél que no acepta las experiencias materiales y sensoriales del mundo en su propio valor o en el que les atribuye el hombre físico, aquél que se conoce a sí mismo y a todos los demás como almas, aquél que aprende a vivir en su alma y no en su cuerpo, y que en sus relaciones con los demás los trata también como almas y no como simples seres físicos. Porque inmortalidad no significa sobrevivir a la muerte -esto pertenece ya a toda criatura dotada de una mente-, sino trascender la vida y la muerte; significa esa ascensión por la que el hombre deja de vivir como cuerpo animado por la mente, para vivir finalmente como espíritu y en el Espíritu. Cualquiera que esté sujeto a la tristeza y a la aflicción, cualquiera que sea esclavo de las sensaciones y emociones, absorbido por los contactos con las cosas transitorias, no puede ser apto para la inmortalidad. Todo esto debe ser soportado hasta su conquista, hasta que el hombre liberado no experimente dolor alguno, hasta que sea capaz de acoger todos los acontecimientos materiales del mundo, gozosos o tristes, con una igualdad de alma, sabia y calma, como los acoge el Espíritu eterno, tranquila, en lo más secreto de nosotros. Ser perturbado por la aflicción y el horror, como lo fue Arjuna, ser desviado por ellos del camino que hay que recorrer, ser vencido por la auto-compasión, ser intolerante al dolor y retroceder ante una circunstancia tan insignificante como inevitable, como es la muerte del cuerpo, es la prueba de una ignorancia . No es así como el ario, con una solidez tranquila, debe escalar hacia la vida inmortal.

No existe tal cosa como la muerte, ya que es el cuerpo el que muere, y el cuerpo no es en absoluto el hombre. Lo que verdaderamente es, no puede salir fuera de la existencia, aunque cambie las formas por las cuales aparece; e igualmente, lo que no existe, no puede entrar en el ser. El alma es y no puede dejar de ser. Esta oposición entre lo que es y lo que no es, este equilibrio entre el ser y el devenir, que constituyen el punto de vista mental de la existencia, se resuelven finalmente en la realización por el alma del Yo único e imperecedero, por quien ha sido desplegado todo este universo. Los cuerpos finitos tienen un fin, pero Eso que posee y utiliza el cuerpo es infinito, ilimitado, eterno e indestructible; abandona el cuerpo anterior inservible y toma otro nuevo, de la misma manera que un hombre cambia su vestimenta raída por otra nueva. Y ¿qué hay en todo esto como para tener motivos de lamentarse, angustiarse u horrorizarse? Eso es no-nacido, no muere, ni es algo que llegue a la existencia en un momento dado y a continuación desaparezca para no volver jamás. No tiene nacimiento, es antiguo, sempiterno; no es matado cuando se mata al cuerpo. ¿Cómo puede ser matado el espíritu inmortal? Las armas no pueden lesionarlo, ni el fuego, quemarlo, ni el agua, empaparlo, ni el viento, secarlo. Eternamente estable, inmóvil, penetrándolo todo, es por siempre y para siempre. No se manifiesta como el cuerpo, ya que es superior a toda manifestación; no puede ser analizado por el pensamiento, pues que está por encima de toda inteligencia; no está sujeto al cambio ni a la modificación, como lo están la vida, sus órganos y sus objetos, sino que está más allá de los procesos cambiantes de la mente, de la vida y del cuerpo. Y sin embargo, es la Realidad que todo lo demás se esfuerza por representar.

Incluso si la verdad de nuestro ser fuera menos sublime, menos vasta, menos intangible en la muerte y en la vida, si el yo estuviese constantemente sujeto al nacimiento y a la muerte, incluso entonces la muerte de los seres tampoco debería ser una causa de dolor, porque es una circunstancia inevitable para la manifestación propia del alma. Su nacimiento es una aparición fuera de un estado en el que el alma no es inexistente sino solamente no manifiesta a nuestros sentidos mortales; y la muerte es un retorno a este mundo o estado no manifiesto y de donde reaparecerá de nuevo en el mundo físico. El barullo montado por la mente física y los sentidos físicos sobre la muerte y el terror que ésta inspira, ya sea en el lecho del enfermo o en el campo de batalla, es la más ignorante de las reacciones nerviosas. Llorar a los muertos es afligirse de una manera ignorante por quienes no hay motivo alguno para llorar, ya que no han salido de la existencia, ni han sufrido ningún cambio de estado doloroso o terrible, puesto que, después de la muerte, ni están menos vivos, ni en circunstancias más penosas que las experimentadas durante la vida.

Pero en realidad, la verdad más alta es la única verdad. Todo es ese Yo, ese Uno, ese Divino que nosotros observamos, del que hablamos y oímos hablar como la maravilla que sobrepasa nuestra comprehensión, porque después de todas nuestras búsquedas y de todas nuestras declaraciones de conocimiento, y a pesar de lo que hemos aprendido de quienes lo poseen, ninguna mente humana ha conocido jamás este Absoluto. Es Esto lo que está aquí velado por el mundo, el señor del cuerpo; toda vida no es más que su sombra; la llegada del alma a la manifestación física y nuestra salida de ella por la muerte, no es más que uno de sus movimientos menores. Una vez que nos conocemos como Eso, hablar de nosotros como muertos o matados es algo absurdo. Una sola cosa, en la cual tenemos que vivir, es la verdadera: el Eterno, manifestándose como el alma del hombre en el gran ciclo de su peregrinaje, con el nacimiento y la muerte como piedras miliares, con los mundos de más allá como lugares de descanso, con todas las circunstancias de la vida, felices e infelices, como medios de nuestro progreso, como campo de batalla y de victoria, y finalmente con la inmortalidad como la casa a la que viaja el alma.

“Por esto, dice el Maestro, se descarta esta vana preocupación y este horror, y por esto combates, oh hijo de Bharata.” Pero ¿por qué semejante conclusión? Este elevado y vasto conocimiento, esta vigorosa auto-disciplina de la mente y del alma, por las que debemos elevarnos por encima de las exigencias de las emociones y del fraude de los sentidos hacia el verdadero conocimiento de nosotros mismos, pueden en verdad liberarnos de la tristeza y de la ilusión; pueden realmente curarnos del miedo a la muerte y de la aflicción por los que mueren; pueden mostrarnos en verdad que aquellos de quienes decimos que están muertos, no lo están en absoluto, ni tenemos que estar afligidos por ellos, ya que no han hecho más que pasar a un más allá; pueden efectivamente enseñarnos a considerar con calma los más terribles asaltos de la vida, y a ver la muerte del cuerpo como algo apenas significativo; pueden elevarnos hasta concebir todas las circunstancias de la vida como una manifestación del Uno y como medios para que nuestras almas se eleven por encima de las apariencias mediante una evolución ascendente hasta reconocernos como el Espíritu inmortal. Pero, ¿cómo se justifican la acción exigida a Arjuna y el exterminio de Kurukshetra? La respuesta es que ésta es la acción exigida a Arjuna sobre el sendero que quiere y debe recorrer; se presenta inevitable en la realización de su función, tal como le exige su svadharma, su deber social, la ley de su vida y la ley de su ser. Este mundo, esta manifestación del Yo en el universo material no es sólo un ciclo del desarrollo interior, sino también el campo en el que las circunstancias externas de la vida deben ser aceptadas como condiciones y ocasiones para este desarrollo. Es un mundo de ayuda mutua y de lucha; el progreso que nos permite no es un deslizamiento pacífico y sereno a través de alegrías fáciles, sino que cada paso tiene que ser ganado mediante un esfuerzo heroico y mediando un conflicto de fuerzas opuestas. Quienes han asumido la lucha interior y exterior, su acción en la vida externa, asumiendo sus continuos, contactos y choques, incluso el choque físico más potente de todos, el de la guerra, sin evadir su obligación de actuar; son los kshatriyas, los hombres fuertes; la guerra, la energía, la nobleza, el coraje, son su naturaleza; la defensa del derecho y una aceptación de actuar sin reservas, se lo que sea lo que se halle en juego en cualquiera de las batallas de su vida (interior y exterior) es su virtud y su deber. Porque es un hecho permanente la lucha entre el bien y el mal, entre la justicia y la injusticia, entre las fuerzas que protegen y las que violan y oprimen; y una vez que el desenlace final tuviera que ser el conflicto físico, el campeón que enarbola la bandera del Derecho no debe temblar ni vacilar ante la difícil, terrible o violenta naturaleza de la obra u acción que la vida le presente y debe llevarla a cabo; no debe vacilar por una piedad equívoca en favor del violento y del cruel, y por el horror físico que inspira la inmensa destrucción decretada, no debe abandonar a sus seguidores o combatientes que están de su parte, ni traicionar la causa, ni dejar arrastrar por el polvo, ni ser pisoteado en el lodazal por los pies sangrientos del opresor. El estandarte del Derecho y de la Justicia. Su virtud y su deber están en la batalla y no en abstenerse de la lucha; el pecado no sería para él exterminar, sino negarse a matar.

A continuación el Maestro deja a un lado por un momento este punto para dar otra respuesta a la queja de Arjuna por el horror a la muerte de sus allegados, lo cual vaciaría su vida de toda razón para vivir. ¿Cuál es el verdadero objetivo de la vida de todo castrilla (guerrero divino) y su verdadera felicidad? No es su propio placer, la felicidad doméstica y una vida de confort y de alegrías pasajeras en compañía de amigos y parientes; su verdadero fin en la vida es la batalla por la justicia y la verdad, y su mayor felicidad, encontrar una causa por la que pueda ofrendar su vida, o, si obtiene la victoria, ganar la gloria y la corona del héroe. “No existe bien más grande para el kshatriya que una guerra justa, y cuando tal circunstancia les llega de sí misma, como si se le abriesen las puertas del cielo, felices entonces están los kshatriyas. Y tú, si no libras esta batalla por la justicia y la verdad, entonces habrás abandonado tu deber, tu virtud y tu gloria, y el pecado será tu porción.” Por semejante rechazo, se expondrá a la vergüenza y al reproche de la cobardía, de la debilidad y de la pérdida de su honor de kshatriya. Porque, ¿cuál es la peor desgracia para un kshatriya? Es la pérdida de su honor, de su reputación, de su noble condición entre los hombres poderosos, los hombres de coraje y de poder; esto es para él es mucho peor que la muerte. La batalla, el coraje, el poder, la autoridad, la disciplina, el honor de los bravos, el cielo de aquellos que caen noblemente, tal es el ideal del guerrero. Envilecer este ideal, permitir que este honor sea mancillado, ofrecer el ejemplo de ser un héroe glorioso entre los héroes, pero cuya acción queda abierta al reproche de la cobardía y de la debilidad, rebajando así las normas morales de la humanidad, es ser falso ante sí mismo y ante el mundo en lo él que exige de sus líderes y de sus reyes. “Muerto, conseguirás el cielo; victorioso, disfrutarás la tierra; levántate pues, oh hijo de Kunti, decidido a dar la batalla.”

Esta llamada heroica puede parecer de un nivel inferior al de la espiritualidad estoica que le precede y al de la espiritualidad más profunda que le sigue; porque en los próximos versos, en efecto, el Maestro le ordena que considere como iguales ante los ojos del alma la buena fortuna y la mala, la pérdida y la ganancia, la victoria y el fracaso, y, después, en tal caso, marchar hacia la batalla; ésta es la enseñanza verdadera de la Gîtâ. Pero la ética hindú ha reconocido en todo momento la necesidad práctica de ideales graduados para el desarrollo de la vida moral y espiritual del hombre. Aquí, el ideal del kshatriya, el ideal de las cuatro castas está presentado bajo su aspecto social, y no en su significado espiritual, como lo será después. Tal es mi respuesta a ti, dice Krishna de hecho, si insistes en considerar la alegría, el sufrimiento y el resultado de tus acciones, como tus motivos de acción. Te he manifestado en qué dirección te guía el más alto conocimiento de uno mismo y del mundo; ahora acabo de mostrarte en qué camino te dirige tu deber social y los valores morales de tu casta, svadharmam api châvéskshya. Que consideres el uno o el otro, el resultado es el mismo. Pero si tú no estás satisfecho con tu deber social y con la virtud propia de tu casta, si crees que te conducen al dolor y al pecado, entonces te ordeno que te eleves a un ideal superior y no desciendas a los inferiores. Descarta todo egoísmo de ti, ignora la alegría y el dolor, desdeña la pérdida y la ganancia de todas las consecuencias mundanas; fíjate solamente en la causa a la que debes servir y en el trabajo que es preciso que lleves a cabo por orden divina, y “entonces no incurrirás en pecado.” De esta forma, ha respondido él a todos los argumentos de Arjuna, según el Conocimiento y el ideal moral más elevado que habían alcanzado su raza y su tiempo, ya sea la excusa de su dolor, o la de su repliegue ante la masacre, la de su sentido del pecado, o la de los desdichados efectos de su acción.

Así es la FE del guerrero ario. “Conoce a Dios,” dice, “conócete a ti mismo, ayuda a los hombres; defiende el Derecho; haz sin miedo, sin debilidad ni vacilación tu trabajo de combatiente en el mundo. Tú eres el Espíritu eterno e imperecedero; tu alma está aquí abajo en su camino ascendente hacia la inmortalidad; la vida y la muerte no son nada; el dolor, las heridas y los sufrimientos no son nada; porque todo esto debe ser conquistado y superado. No te detengas en tu propio placer, en tu éxito o provecho, sino mira más alto y alrededor de ti; MAS ALTO, contemplando las cumbres esplendorosas a las que escalas; en torno de ti, observando este mundo de batalla y de prueba en el que el bien y el mal, el progreso y el retroceso están ligados por un implacable conflicto. Los hombres te llaman para que les auxilies, tú eres su hombre fuerte, ¡su héroe!; ayúdales entonces, y lucha. Destruye cuando por la destrucción debe avanzar el mundo; pero no odies lo que destruyas, ni te aflijas por todos aquellos que deben perecer. Conoce en cada uno al Yo único; debes saber que todos son almas inmortales y que el cuerpo no es sino polvo. Haz tu trabajo con espíritu sosegado, con fortaleza y con serenidad. Lucha y fracasa noblemente, o conquista poderosamente. Porque ésta es la obra que Dios y tu naturaleza te han asignado para su cumplimiento.”

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