miércoles, 13 de abril de 2016

RELACIÓN DE PAREJA I: UNA OPORTUNIDAD DE CRECIMIENTO...

Deciros que hay varias entradas en el blog relacionadas con el amor, y con el deseo de amar y ser amado. Esta en concreto viene a ser una continuación de la anterior; El Amor en Pareja.
En este caso os traigo un cuestionario a un psicoterapeuta que trabajo mucho en el ámbito de las relaciones de pareja. Es un buen conocedor, de tantas y tan diferentes formas de amar. El es Sergio Sinay. Esta es la primera de las entregas. Añadiré otra entrada para una entrevista en la Vanguardia, que no tiene desperdicio. Y ofrecerá la oportunidad de continuar reflexionando sobre este tema tan vital.




Infidelidad y analfabetismo emocional 
(Respuestas de Sergio Sinay, a un cuestionario del diario El País, de Madrid)

- ¿Cree que existe una tendencia hacia la "paridad" entre hombres y mujeres en la práctica de la infidelidad? ¿Existen datos fiables al respecto? (estadísticas de fuentes serias, estudios académicos...)
En general, descreo de las estadísticas que remiten a sentimientos y a actitudes relacionadas con el mundo afectivo y emocional. La intimidad de las personas (más allá de las respuestas) es insondable y no reducible a cifras. En las estadísticas siempre se ve que los varones son más infieles que las mujeres. Pero si la gran mayoría de los varones es heterosexual, ¿con quién cometen su infidelidad? En teoría, pues, por cada varón infiel debería existir, aproximadamente, una mujer que también lo es. A menos que la infidelidad masculina se cometa siempre con mujeres solteras o con prostitutas (y en un gran número de casos es así). 
De todos modos, creo que hay una tendencia a la “paridad”, siempre y cuando se entienda por tal cosa una mayor publicidad de la infidelidad femenina. Esto se origina en la autonomía, libertad y espacios ganados por la mujer tanto en la vida pública como en la privada. Al dejar de ser, progresivamente, un mero objeto sexual, al adquirir la estatura y dimensión de sujeto en el vínculo afectivo y sexual, la mujer también elige, toma iniciativas y, sobre todo, da cuenta de ellas, las manifiesta. Ser infiel es una manera de elegir y expresarse, más allá de valoraciones morales.
Por último, cabe agregar que, en muchos de los planos y espacios que antes les eran vedados y negados y en los que ahora transitan (o luchan por hacerlo), las mujeres han adoptado el modelo de conducta “oficial” de esos espacios, que es el masculino. Ocurre también en el plano de los vínculos amorosos y sexuales. Junto con la liberalización hay también una “masculinización” de las mujeres, por ejemplo, en cuanto a actitudes y tendencias en lo sexual. Y la “paridad” en la infidelidad es, en parte, fruto de ello. Lo que empareja a ambos sexos es, entonces, un modo masculino tradicional de lidiar con la crisis o la insatisfacción.

- Usted atribuye la infidelidad más a un tipo de vínculo que a pulsiones individuales (ya sean de carácter o de género), pero en caso de que la relación no propicie la fidelidad: ¿es distinto el comportamiento de hombres y mujeres? Y si el vínculo que la evita sí existe, ¿cree que el mérito de alcanzarlo se puede atribuir más a un sexo que al otro?

En verdad, sí creo que existen pulsiones individuales productoras de infidelidad y que, como usted bien dice, pueden ser individuales o de genero, o, mejor aún, una combinación de características individuales con mandatos de género. Una relación que no propicia la fidelidad es una relación en la que el amor (con sus componentes de confianza, respeto, empatía, solidaridad, responsabilidad y compromiso) no se ha constituido. Puede que sean relaciones de enamoramiento, de atracción sexual, de conveniencia, pero no de amor. No digo que donde hay amor no puede haber infidelidad. En las relaciones de amor hay crisis (a veces muy duras o dolorosas) y ello puede provocar infidelidad. Pero una cosa es la infidelidad que acontece en ese contexto y otra es la que se instala como un gaje natural de la vida en pareja.
Observo que, en efecto, son distintos los comportamientos de género en la infidelidad. A los varones (gracias a los mandatos de un modelo masculino que sigue vigente y continúa siendo hegemónico) les resulta más “natural” disociar lo emocional de lo sexual y, con notable frecuencia, no registran la conexión entre lo afectivo y lo sexual, de manera que asumen la infidelidad como algo que no afecta a la esencia sentimental de la relación. Pueden decir (hasta creyéndoselo) que “Este asunto con Fulana no tiene importancia, a la que de veras quiero es a mi mujer”. Y, subidos a ese caballito de batalla, suelen ser infieles de una manera casi deportiva, como un mero trámite de revalidación de su carné de masculinidad.
Creo que, en la mayoría de los casos, las mujeres viven con mayor intensidad emocional y afectiva la infidelidad (ya sea en lo pasional, en lo sentimental, en el goce y en el sufrimiento). Intuyo que en esta actitud influyen también los mandatos de género. Tradicionalmente (y esto no ha perecido aún) fueron designadas administradoras emocionales de la pareja (así como a los varones se les designó administradores económicos). Por lo tanto, tienen un mayor registro y una mayor sensibilidad a los vaivenes afectivos y sexuales del vínculo. En general, en las mujeres la infidelidad no tiene que ver con “acumular bazas”, sino con la satisfacción de necesidades emocionales más que sexuales y, por ello, es un acto que forma parte de acciones y elecciones en las cuales (de modo más conciente o menos conciente) ellas están decidiendo el futuro de sus vidas y, en consecuencia, de la relación a la que le son infieles.
Por último, pienso que cuando una pareja se consolida, evoluciona y trasciende sus diferentes etapas sin que haya infidelidad, no es mérito de uno de sus miembros en especial, sino de ambos, ya que las parejas se arman, se sostienen, se nutren o se desarman, de a dos.

- Por sus afirmaciones parece un acérrimo defensor de la fidelidad como fruto de una decisión libre y madura, pero otros estudiosos apuntan que el hecho de permitirse ser infieles podría derivar de una mayor valentía y capacidad de asumir riesgos. La terapeuta Paule Salomon, por ejemplo, afirma que "la infidelidad es una forma de afirmación de sí misma para la mujer moderna". ¿Está de acuerdo en que en algunos casos puede propiciar un crecimiento individual y como pareja?

Más que acérrimo defensor de la fidelidad, me considero un decidido abogado de las relaciones humanas cimentadas en el respeto, en la valoración del otro, en la empatía y el reconocimiento de las diferencias y de la diversidad. No creo que la fidelidad pueda ser fruto de la voluntad. De hecho uno puede proponerse ser fiel y (por temor, por obediencia a la palabra empeñada o por lo que fuere) terminar siéndolo a lo largo de toda la vida. Fiel a una persona a la que no ama o por quien no se siente amado. Eso no es un mérito, sino un acto que habrá respondido, quizás, a la voluntad, pero no necesariamente al amor. Las personas que se aman de veras, en cambio, no necesitan proponerse ser fieles ni empeñar su voluntad en ello. Probablemente lo serán como una consecuencia lógica y natural del tipo de vínculo que las une.
En cuanto a las afirmaciones de Salomón y otras que sostienen que una infidelidad puede ser saludable para la pareja, son opiniones y valen como tales. Creo que, como toda opinión (incluyo a las mías) se sostienen en un contexto ideológico. Todos tenemos ideología, es decir una manera de mirar el mundo, la vida y sus instancias. Me parece que la opinión de Salomón responde a una ideología en el cual la pareja es un fin en sí mismo y todo puede tener una explicación y una justificación siempre que se preserve la pareja como fin último. Yo creo que la pareja no es un fin, sino un camino posible hacia la trascendencia amorosa. La infidelidad como “forma de afirmación de sí misma para la mujer moderna”, sería una forma de afirmación basada en la traición. No son los valores que comparto, ni para mujeres, ni para hombres. Tampoco creo en el crecimiento personal a expensas del otro, a espaldas de otro, sino con el otro. Las parejas crecen cuando sus pasiones e intereses comunes generan proyectos compartidos, cuando aprenden a funcionar como un equipo en la vida real de cada día, cuando alimentan y enriquecen su intimidad y su magnetismo sexual y cuando comparten valores y los honran.

- ¿En qué medida es producto de nuestra sociedad de consumo la búsqueda permanente, la persecución del cambio como valor en sí mismo? ¿Cómo afecta este clima general a las relaciones de pareja?

En una enorme y decisiva medida. En una sociedad en la que el otro es, cada vez más, un dato lejano, un simple instrumento, un medio para fines, las vidas de las personas se van vaciando de contenidos trascendentes, de eso que el gran Víktor Frankl llamaba sentido. La ausencia de sentido (hay una estrecha relación entre sentido, empatía, solidaridad, enlazamiento con el prójimo) genera una profunda angustia, vacío existencial. Ciegamente, se intenta llenar ese vacío con todo tipo de consumo, un consumo desbocado y por momentos obsceno que no calma la insatisfacción, sino que pide más y más. Dentro de esto caen las personas. Se consumen personas como se consumen autos, ropas, ordenadores, teléfonos celulares y demás. Si una pareja no se me sirve, voy por otra y así sucesivamente. Agotada la novedad, nada queda. El amor, como los buenos vinos, como los frutos de la tierra, como las joyas más preciosas y duraderas, como los clásicos de la literatura y el arte, es fruto del tiempo, del conocimiento, requiere un proceso, etapas, descubrimiento, compromiso. En todas estas materias, la sociedad contemporánea, demuestra un creciente y peligroso analfabetismo.

- La teoría de que el hombre es infiel porque necesita "esparcir su simiente" y que la mujer no lo es porque busca un solo "macho" que le garantice la descendencia, ¿sigue vigente? Hay quien atribuye a esa necesidad de la mujer el hecho de que ellas sean más exigentes a la hora de escoger pareja; ¿está de acuerdo?

Esa teoría, como tantas otras teorías deterministas y biologistas, sigue vigente y, desde ya, estoy en absoluto desacuerdo con ella. Nos reduce a los humanos a un paquete de instintos, aniquila el concepto de responsabilidad, que es la facultad de elegir y hacernos cargo de nuestras acciones y de sus consecuencias, y, por último, niega la libertad, que es un atributo humano por excelencia. Según esa teoría hacemos lo que nuestra condición de animales nos exige y nada es posible contra ello. No hay elección, muere el libre albedrío, perecen la moral y la ética. Lo significativo de esta teoría es que resulta funcional a una concepción machista de la sexualidad y del amor. Por sí misma justifica y absuelve a la infidelidad masculina (casi la considera necesaria) y condena de antemano a la femenina. Desde esta mirada tanto un varón fiel como una mujer infiel son anómalos. Lo más grave es que teorías de este tipo se pretendan sostener con estadísticas (ya se sabe, las estadísticas sirven para lo que cada quien las necesite) o con presuntos argumentos científicos.

- ¿Qué diferencias significativas destacaría entre hombres y mujeres en cuanto a motivos para ser infieles, reacciones ante la infidelidad de la pareja y la propia (culpabilidad) y proyección social de las prácticas adúlteras (aceptación/condena por parte de los demás, discreción/alardeo...)?

De acuerdo con los patrones y mandatos de género, los hombres infieles se suelen sentir confirmados en su masculinidad, se demuestran capaces de actuar como se espera de un varón, se ratifican como tales. Por eso la infidelidad masculina se cuenta, se comenta con otros hombres, con los amigos, se registra en las estadísticas. En nuestra sociedad, todo hombre es infiel hasta que se demuestre lo contrario y toda mujer es fiel hasta que se pruebe lo opuesto. Porque la infidelidad femenina condena (todavía) a la mujer a una condición despreciable (“zorra”, “puta”, etc.). La palabra “adúltero” para nada conlleva la misma carga de culpabilidad, desprecio y condena que “adúltera”, aunque sólo una letra las diferencie.
Por lo que he podido comprobar en mi trabajo, las razones de la infidelidad masculina se asientan preferentemente en lo sexual. La sexualidad masculina, de acuerdo con los mandatos culturales, se disocia del sentimiento, es una sexualidad genital, de la que se exige rendimiento ante todo. Los hombres “quieren siempre” (lo que es como no desear de veras nunca).”Yo necesito sexo todos los días”, afirman muchos de los varones más pintados, con absoluta ignorancia de sus propias necesidades, limitándose a repetir consignas. Entonces si no lo tienen en casa lo buscan afuera. Otras veces, por temor a la decadencia física, el varón busca fuera de la pareja mujeres más jóvenes, en una suerte de vano vampirismo que le hace creer que ellas le trasfundirán juventud. Las razones que se escucha de las mujeres para la infidelidad remiten menos a encandilamientos de tipo sexual, parten de una necesidad emocional. “Necesito alguien que me escuche, que me trate bien, que me aprecie”. Los varones infieles suelen buscar sexo. Los mujeres, romance. Una dualidad que es producto de otra dualidad mayor, trágica y vigente: la de los modelos de género que nos han dejado a varones y mujeres privados de la mitad de nuestro propio ser. Y desencontrados.



Hoy Necesito…
Que me escuches, sin reaccionar, sin juzgarme
Que me des tu opinión, sin imponerte ni aconsejarme.
Que confíes en mí, sin exigirme ni vigilarme.
Que me ayudes, para que sea yo quien decida.
Que me cuides, sin manipularme ni anularme.
Que me mires, sin proyectar tus cosas en mí.
Que me animes, sin empujarme.
Que me sostengas y me protejas, sin disfraces ni mentiras.
Que te acerques más, sin invadirme.
Que conozcas lo peor de mí, y no intentes cambiar nada.
Hoy necesito que me aceptes tal como soy.
Mañana puedes pedirme lo que tú necesites.
(sobre un poema de Mario Benedetti)



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